Cuando murieron mis padres, sentí mucha desesperación e impotencia.
Estoy seguro que algunos lo sentimos bien fuerte.
Lo peor fue mirar los rostros de quienes tenían que haber ayudado y se convirtieron en un problema.
Cuando perdemos a nuestros padres, entramos en un túnel del espacio-tiempo, donde los sufrimientos habidos y por haber, nos van a pasar factura.
Veremos nuestras defensas bajas y nuestras emociones desesperadas.
Ver a nuestros padres con una enfermedad incurable, al principio parece que solo nos roza, pero cuando el cuadro médico se complica, otras enfermedades van saliendo, y sabremos que los llevará al colapso.
Mi padre estuvo enfermo mucho tiempo pero no se dejaba acompañar ni ayudar. Yo pasaba por su pequeño local día sí día no, hasta que dejó de aparecer en el bar donde tomábamos café y vi su pequeño local tres días sin mover ni una sola persiana.
Fui al centro de salud a reclamar a su médico una ambulancia. Desobedecí a mi padre y el médico me preguntó si mi padre quería una ambulancia.
Le dije que la pedía yo, y lo llevaron primero a un hospital y después a otro. Y allí a los cinco días murió.
Estando en el primer hospital, le pregunté al médico qué le pasaba, y mi padre lo señaló con el dedo amenazando posiblemente con denunciarlo si me contaba algo.
Seguro que habéis pasado por trances parecidos en el mismo tránsito. Aunque no te des cuenta, las tensiones se van acumulando, dentro de tu propio cuerpo.
Pero la primera en caer enferma fue mi madre. Tenía una enfermedad incurable que evolucionó a lo largo de cincuenta años, y evolucionó agresiva en los últimos años.
Creó un cuadro médico de hasta veinte enfermedades distintas todas juntas socavando su salud.
Es lo que ocurre cuando una persona enferma, sin que haya forma alguna de recuperarse.
Muchos años antes de irme a vivir a los Pirineos, tuve un encontronazo con la dueña de un geriátrico privado, que se publicitaba en mi grupo de poetas y escritores en un bar mientras tomábamos unas copas.
Costaba un ojo de la cara tener a tus seres queridos al cuidado de estas personas, y yo pensé que todo ese dinero que cuesta encerrar a una persona mayor, es un bien preciado para un hogar con recursos justos.
Lo cierto es que abandoné los Pirineos para volver a casa, porque un día, como siempre, fui de visita de incognito a Torremolinos, esperé dentro de un bar con grandes cristaleras que se veía perfectamente la calle, y vi salir a mi madre de su trabajo, desvariando de tal modo que me dolió, y eso fue un indicio de lo que pasaría dos años más tarde.
Ya en Málaga supe que ninguno cobraba la jubilación. O sea que, habían perdido tres años de jubilación porque, nadie, ni ellos mismos, echaron los papeles para jubilarse.
A pesar de que remití una carta a Madrid para que le pagaran los tres años de jubilación atrasada, el individuo que me contestó me escribió:
"La jubilación se paga desde el mismo momento que el jubilado mete el papel para jubilarse en la sucursal que le corresponde".
Cuando mi madre cayó enferma, llevaba ya dos años en Málaga, pendiente de los papeles de la casa nueva que me iban a dar, porque el barrio entero lo iban a derribar.
Así que creí que no estaba preparado para ello pero lo estaba.
Mi familia quiso internar a mi madre pero yo dije que no, y me la llevaba a mi casa vieja.
Pero después dejé que mi hermano pequeño la tuviera en su apartamento de Benalmádena hasta que me dieron la casa nueva.
Durante ese tiempo pasé cientos de horas en las instituciones arreglando papeles de la enfermedad de mi madre.
Pero los primeros en ponerse bravos y crear problemas fueron mis padres.
No hubo día que yo no estuviera en alguna instancia esperando durante horas a lo largo de diez años como mínimo, ya fuera por una causa o por otra.
En junio de 2007 le dieron a mi madre la dependencia con trampa.
Mi madre tenía 100% de invalidez y para pagarle menos por los meses de retraso, tuvieron la maldad de puntuarla con 88 puntos.
Me sentí totalmente perjudicado. Mi dinero en la cartilla bancaria había disminuido desde el 2004 al 2007 a pasos agigantados.
A pesar del recorte seguí para adelante porque no me quedaba otra.
Al principio me tomaba de vez en cuando cinco días para despejarme viajando a los Pirineos con un coche de alquiler.
Visitar a mis amigos rompía con todo lo que tenía en Málaga, pero cuando nos dieron la casa nueva, (era de mi madre), empecé a llevarla conmigo de viaje.
Se portaba muy mal, como si yo le debiera algo.
No me dejaba dormir en los descansos de conducir.
Se ponía a toser molestando mi cabezada durante los viajes, creando problemas en mi estima.
Dos años después, en un viaje me dice "¡Berna, no me voy a portar mal!".
Y a partir de ahí empezó a disfrutar de su viaje regalado y dejó de provocarme.
Se llegó a enamorar completamente del valle donde viví.
Un día se me ocurrió preguntarle: "Mamá, ¿tú crees que por viajar a mi manera estoy loco?".
¡Menudo cambio dio a su respuesta!.
Tiempo después hice pasar a mi madre por otro cribado en las instituciones sociales, y esta vez la puntuaron por encima de 90 y le dieron el cien por cien de la Ley de Dependencia.
Al poco hubo un cambio de gobierno y el imbécil que gobernaba nos robó casi 100 € al mensuales.
Así que los primeros que provocan problemas siempre son los enfermos.
Después se van sumando quienes aparentan ayudar pero no hacen nada.
Todos buscando romperte la crisma.