Recuerdo que cuando pasaba la brigada de la Benemérita, se escuchaban muy fuerte los cascos de los caballos y la calle se quedaba más silenciosa que un cementerio.
Algunas veces por la misma calle silenciosa tuvimos algún borracho hablando muy mal. No nos dejaban ver quién era el individuo, tal vez porque no querían que supiéramos que era alguno de los vecinos, porque se quiera o no reconocer, le daban a la mala bebida, de esas que dejan el cerebro bien frito.
Cuando pasaba alguno, seguro que era un vecino. Mi madre cerraba la puerta de la calle que por lo general en el barrio siempre las teníamos abiertas, para que no supiéramos quién rondaba borracho a horas intempestivas.
Mi madre tocaba por dentro la puerta de nuestra casa gritando que se alejara y corriese el aire porque no quería que escucháramos lo que el individuo decía.
Algunos en el Barrio Alto hemos vivido encuentros desagradables con personas con el cerebro totalmente turbio por beber la bebida y el vino rancio y barato de las tabernas. También probable que hemos sufrido la violencia que ejercen este tipo de personas.
Que las tabernas estaban muy bien y han pasado a la leyenda, pues sí. Pero no te cuentan las historias de los feligreses que han acabado sin cerebro violentando y dando disgustos a su mujer y a sus hijos.
He conocido borrachos alcoholizados con un temperamento amable que se sonríen cuando la mujer les regaña y lo que hacen es reírse y irse a la cama a dormir la mona sin ningún tipo de acto violento ni discusión.
Contrasta con los borrachos ruínes que ocultan tras la máscara del alcohol una persona de la peor calaña y que además de sádicos son autodestructivos.
Las tabernas del barrio tenían a mi modo de ver tres tipos de feligreses:
1. El que iba a tomarse unas copas con los amigos jugando a los naipes, al dominó o a ver el fútbol.
2. El alcohólico sonriente y amable que le gustaba darle al vino, ese que siempre lo veías alegre y sonriente y nunca creaba problemas.
3. El individuo alcoholizado, sádico y violento, que oculta tras la máscara del alcohol un ser de lo más miserable. Su ira se desata y no la puede ocultar cuando bebe y la usa a través de la violencia contra las personas de su entorno sintiéndose poderoso, dominante y superior.
Así que cuando estas cosas sucedían en nuestro entorno cercano, mi madre por ejemplo cerraba la puerta para que no viésemos lo que pasaba en casa de algún vecino que nublado por la bebida aporreaba puertas y ventanas y le pegaba a la mujer.
Estos malnacidos nunca tienen reparación y puedo contar que un día llegaron de viaje dos hermanos de mi madre y mi tía casada con uno de ellos.
Ellos vivieron hasta el año sesenta en el arco de Regiones que se ve al otro lado de la plaza Horneros en la carretera de Ronda hasta que emigraron a Málaga.
Uno de ellos era un individuo que conocía todas las tabernas del Barrio Alto y las de Almería y tenía el cerebro totalmente refrito por el alcoholismo más desagradable.
Llegó a ser torero novillero, fracasado. Camarero de profesión me contaban que era de lo mejor. Pero este tipo de individuos son como las personas maleantes, que solo tienen dos caras:
1. Cuando tienen dinero.
2. Cuando no tienen dinero.
La mala gente toda igual, nunca cambian. Y lo peor es cuando ocurre en tu propia familia, y tu propio entorno padece el Síndrome de Estocolmo como una necesidad de defenderse del sufrimiento de un individuo que corrompe la propia vida.
Este personaje nunca dejó de ser feligrés de las tabernas de bebidas rancias y no sé cómo se le ocurrió al hermano mayor de mi madre traerlo a mi propia casa.
El individuo se comportó normal sin estar bebido, lo propio de la gentuza cobarde y mezquina que no puede echarle la culpa a la bebida de sus malas acciones. Pero no tardó en irse a dar un garbeo.
Supongo que recordando el estado en el que llegó, seguro que salió de casa para ir al centro, pasó en su caminata de ida por la "Taberna de los siete días" y después por la del "Texas" porque las conocía de otros tiempos lejanos.
En su ronda por el centro de Almería seguro que estuvo en "El quinto toro" y otras tabernas del toreo como buen ex torero, y en otras más antes de regresar a mi casa de madrugada, aporreando la puerta totalmente borracho, pegando porrazos contra su hermano y su cuñada, armando follón y despertando a todo el vecindario.
La primera vez que veíamos eso en nuestra propia casa.
Salíamos al pasillo asustados y mi madre nos metía en la cama. Pero nosotros teníamos miedo que le pasara algo a mi madre.
Mi padre no estaba, y de haber estado se hubiese convertido en una guerra sangrienta sin ninguna posibilidad de diálogo.
Mi tío y mi tía se vieron obligados a coger el coche de inmediato y volverse por donde habían venido esa misma madrugada por culpa del violento cabrón.
Tiempo después lo sufriríamos nosotros en nuestras carnes con creces durante años cuando nos fuimos del barrio.
Palizas y castigos diversos a altas horas de la madrugada mínimo dos veces por semana. Aquellos que nos tenían que cuidar, con Síndrome de Estocolmo, haciéndonos creer que era muy bueno, pero tenía mala bebida.
Las tabernas de vino rancio están bien y algunas son leyendas. Pero también tienen leyendas bien negras y muy oscuras respecto a individuos violentos en el alcoholismo con el cerebro más frito que una olla de comida quemada.
Así que perros de dos patas existían muchos en las Noches de Perros que salían de las tabernas confabulados.
Los perros callejeros se desataban en el corazón del barrio y había que tener cuidado porque tenían el cerebro nublado por la bebida y otras sustancias.
Algunos rondaban por las azoteas provocando que los vecinos cerraran con buenas puertas los patios cuando se les escuchaba caminar entre las casas las peores noches de mal tiempo.
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