Una celebración que encantaba mucho a los vecinos del Barrio Alto eran las hogueras que se prendían en la plaza Hornero para purificar y protegerse de los malos espíritus cuando llegaba la Noche de San Antón.
Aquello eran hogueras enormes que expulsaban lenguas de fuego durante un par de horas. Cada cual cogía su silla y se sentaba a contemplar el evento hasta altas horas de la madrugada. Asistían vecinos de todas las calles cercanas y lejanas. También del barrio de Regiones al otro lado de la Carretera de Ronda.
La plaza Hornero, o la plazoleta, como le decíamos vulgarmente, se convertía en una sala de reuniones vecinales, de concurrencia y juegos. Y también de coger el brasero para recoger brasa al rojo vivo con la pala de hierro y meter calor en los hogares. Nada se desperdiciaba.
Hubo un tiempo que la Plazoleta tuvo dos calles de salida directa a Carretera de Ronda. Una pegaba justo al almacén del Pajero, no recuerdo cómo se llamaba, tal vez Ricardo, y era por esa calle que se formaban remolinos en los rincones de la plaza Hornero.
La otra es la que queda tras la construcción del feo edificio que tapa la plaza e impide ver las azoteas de Regiones como en los viejos tiempos, que ese costado tenía viviendas propias del barrio antes de que la echaran abajo y algunos vecinos se fueran a vivir a las nuevas viviendas sociales construidas a la espalda de Ciudad Jardín.
Muchos años después observé por primera vez en la fachada de Carretera de Ronda, en la misma boca de salida de la plaza Hornero, ese edificio raro que es el hotel, que no encaja con los edificios y las casas del entorno.
Me lo contó mi hermano que, recién casado, se le ocurrió hacer una visita a unos familiares nuestros y se le ocurrió hospedarse en ese hotel.
Era tal la panacea mental en su cabeza que le estafaron y pagó por su estancia como si fuese de lujo.
Tal vez olvidó sentirse como un verdadero barrioaltero bajo la influencia de las brujas buenas y las hadas que circundaban protectoras tantas hogueras que disfrutamos desde que nacimos todos los niños de esta zona del Barrio Alto con esas caritas llenas de churretes y mocos.
A la hoguera había que echarle madera hasta que un filo de fuego apuntara al cielo tan alto que nos dejaba con la boca abierta de tan alto que subía hasta que se apagaba y un nuevo filo resurgía de la quema elevándose en el aire para hacernos soñar.

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