Yo recuerdo mi niñez con muchos regalos, más de lo que podía jugar.
Mi padre se dedicaba a la industria de la hostelería y en las habitaciones de nuestra casa teníamos unas camareta que era el techo del pasillo de la casa, donde estaban aparcadas un montón de ollas gigantes.
También había cajas llenas de vasos pequeños, grandes o largos, y platos hondos, llanos, pequeños y grandes. Vajilla de color verde, blanca o de color azulado.
Otras cajas contenían platos de metal de hacer huevos al plato con tomate y guisantes, cubas de aluminio pequeñas y grandes para hacer postres como flanes, pudin, etcétera.
Las cajas de madera solían contener utensilios de cocinas metálicos de todo tipo como hueveras para colocar huevos duros, espumaderas, cazos, incluso otros objetos que ignoro para qué servían.
El negocio necesitaba todo aquel enorme material además de un camión cocina y otras furgonetas para transporte de las mesas de madera de un metro cincuenta de largas más o menos, todas de la marca Mercedes Benz.
Mi casa era coqueta y mi padre nos tenía prohibido subir a la azotea o al terrazo. Para impedirlo mi madre tenía en la escalera de madera del patio grandes macetas que obstaculizaban el ascenso.
En el patio teníamos el baño, grande y espacioso de la misma amplitud que la cocina, todo cerámica, lo que me chocaba con los que tenían algunos vecinos, un agujero negro sin más para hacer las necesidades.
En la misma calle tenía familia. Al lado nuestro mi tía Pepa y mi primo Manolo, hermana mayor de mi padre. Al lado de mi tía Pepa su prima Antonia con su prole de hijos e hijas: Carmela, Ángeles, Pepi, Manolo y Paco. Al lado de su prima Antonia vivía Frasquita, familiar pero no sé si prima segunda o algo así.
Después no recuerdo quiénes vivían en las siguientes casas, cuyos hijos eran amigos nuestros y jugábamos juntos pero estaba Paco, no recuerdo su apellido, que se juntaba con mi hermano pequeño, el Manolo y el Paco de la Antonia.
Después más allá estaba la huerta y la casa de Genara. No recuerdo cómo se llamaba la familia del Pepe de la huerta, pero sí recuerdo un episodio que me dejó impactado.
Pasando un carromato justo que venía por la vera de la huerta hacia la plaza Hornero cuando de repente salió el niño lanzado contra el carro intentando subir por las tijeras de la horquilla, quedando colgado y cayendo de espaldas al suelo junto a las patas traseras del animal en movimiento y subirle por encima la rueda derecha con toda la carga que llevaba el carro.
Yo estaba sentado en el escalón de mi casa cuando vi aquel episodio que no se me ha olvidado en la vida. La madre salió desesperada de su casa sabiendo que había pasado algo. La casa del Pepe de la huerta es una vivienda en alto que se asciende por una escalera estrecha como un pasillo.
Enfrente de Paca la Remisinda con su marido y su única hija Isabel, vivía mi tata, una mujer mayor que era ciega con quien mi madre me dejaba algunas tardes cuando era hijo único.
Enfrente nuestra vivía en la casa más grande de la calle que también da a la plaza Hornero, el hombre que construía palomas de trapo rellenas de paja a partir de un esqueleto de alambre.
Al otro lado vivían Remedios Sorroche y Juan Muley con su prole, en principio su hijo Juan, su hija Magdalena que era mi compañera de juegos durante la niñez y su otra hija Remedios.
A nuestro lado en dirección a la plaza Hornero vivía la familia Quero con sus hijos Rosendo, Mary y Roberto. Rosendo Quero fue el que se quedó con la casa cuando se casó. Sus padres se mudaron llevándose a mis amigos de infancia Roberto y Mary Quero. Rosendo estuvo unos años trabajando en Alemania.
Más allá vivía una señora mayor que volvía loco a mi abuelo cuando nos visitaba pero no me acuerdo de ella.
Era una vieja no sé si peor que una gitana que vivía en la plaza Hornero que nos quitaba las pelotas.
En la plaza Hornero al lado de la gitana vivía la Manuela o Manola creo que era, que la vimos en la puerta siendo cortejada por un novio con el que hablaba cada atardecer.
El golpe de realidad al mundo de ilusión que vivíamos nos lo dio mi madre cuando cruzamos por primera vez la sucia y pestilente plaza Mula camino del cine o de la farmacia sin ir por Carretera de Ronda.
Fue un puñetazo en toda la cara ver gente tan pobre en el peor sitio del barrio a solo cincuenta metros de callejuelas donde vivía.
Olía a cagada y meados por doquier y cuando bajamos había una niña gitana llena de pupas y roña por todo el cuerpo.
Mi madre habló con ella y se vino con nosotros a mi casa. Preparó un barreño grande de lata con agua caliente y la baño por completo limpiando la roña y las heridas con jabón.
La peinó muy guapa y la vistió con ropa que nos sobraba. Fuimos testigos de un cambio espectacular y a mí nunca se me olvidó.
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