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martes, 29 de noviembre de 2022

La plaza Mula y el San Lucas CF

No recuerdo cómo llegué a jugar al fútbol con el  San Lucas, un club de fútbol que acababa de crear en el Barrio Alto el señor Lucas padre, que también estaba Lucas hijo y también una hermana que se llamaba Rocío que vivían en calle Morales.

En la creación nos dieron unos papeles para que lo firmaran nuestros padres. No sé cuál era el objetivo del club pero detrás estaría el club Plus Ultra.

Acabé jugando al fútbol con un grupo de chavales del barrio en el descampado de la plaza Mula porque mi padre lo permitió. 

Había algo muy diferente y chocante entre la cultura elitista que me inculcaban en el colegio Virgen del Pilar y el modelo callejero que veía entre mis iguales del barrio con los que nunca había tenido contacto.

Eran gente callejera. Algunos eran gitanos que habían eludido los derribos masivos de chabolas miserables y el éxodo a las casas nuevas de la rambla Amatisteros en el barrio de Los Ángeles frente al cementerio de Almería. 

Algunos eran hijos de familia numerosa con aceptable economía y otros de familia pobre que vivían en viviendas formadas por una simple entrada sin habitaciones y sin nada más, como una cueva. 

No eran viviendas como la mía que tendría cerca de cien metros cuadrados, una sala, un pasillo largo con habitaciones que hacían un tercio de la casa, una salita interior o comedor donde estaba el bufé, un patio grandecito con las escaleras que suben a la terraza y la azotea, debajo estaba la pila de lavar.

El patio era un cuadrilátero atravesado igual al ancho de la casa, la cocina y el baño cruzándolo repartido en dos espacios iguales. La cocina igual de amplia en la esquina inmediata al salón del bufé y el baño en la esquina opuesta todo cerámica, en contraste con los agujeros que veía en otras casas que no tenían ni baño.

Lo mismo eran ciento veinte metros cuadrados aunque desde la calle las casas parecen igual de grandes no lo son. 

Mi vida en aquellos años era llegar del colegio y ponerme a jugar al fútbol en la plaza Mula. En casa jamás cogí un libro ni hice tareas que no fuese porque me obligaban. Antes de que me robaran la última bicicleta me gustaba rular con ella por todas partes alejándome cada día más sin amigos.

Con el fútbol conectaba todo el día con los niños de mi zona del Barrio Alto, no me iba a ningún sitio, jugábamos al fútbol, éramos compañeros y estábamos hermanados.

En Málaga por ejemplo cuando me llevaron allí con mi abuela para no volver a Almería, fue distinto. 

Me metieron en una terrible escuela del pequeño barrio donde los niños grandes y los pequeños estaban juntos. Los grandes no sabían escribir ni medio bien y los pequeños ni medio mal. Era una catástrofe.

Daba clases don Luís, para quien supongo fue una desgracia hacerse maestro, porque si no, no se podía entender la gran entereza y aguante. 

Cuando me vi allí tragué saliva por primera vez en mi vida. Aquellos niños terribles, tiraban bombitas y petardos en la pared cuando el maestro escribía cara a la pizarra. Ni se inmutaba el hombre y seguía escribiendo en la pizarra como si nada. 

Un día uno de los matones se metió conmigo y me tiró los libros y las libretas al suelo. Reaccioné de forma diferente a como reaccionaría con mis amigos del Barrio Alto de Almería.

Ciego de rabia cogí al matón por el pescuezo y lo arrinconé en la esquina junto a la pizarra y le di dos puñetazos terribles. 

Miré a don Luís pero no nos miraba, se mostraba totalmente ajeno e indiferente a la pelea escribiendo en la pizarra. No lo comprendía. Teniendo aún al matón contra la esquina miré a los otros niños grandes y pequeños de la clase, todos pendientes de lo que yo hacía. 

Me volví enfurecido y le volví a pegar dos puñetazos terribles al matón. Después lo solté esperando represalias, pero no hubo nada. Se sentó y yo me senté. No hubo ensañamiento por mi parte. Le pegué lo justo. Nunca más se volvieron a meter conmigo.

Muchos de ellos terminaron en la cárcel o murieron en atracos a bancos en los años ochenta. Esto a pesar de que el barrio era bastante pequeño y vivían numerosas familias bien situadas socialmente además de un gran número de policías municipales.

No era un barrio enorme como el Barrio Alto y los códigos no tenían nada que ver ni con el colegio Hogar Virgen del Pilar, cuyo director me pegó una paliza con una vara bien gorda y me arrojó repetidamente contra la pared por haberme revolcado en el suelo jugando y dejando mi uniforme tan sucio que parecía un pistolero de las películas de Tabernas.

Con mis bicicletas me iba lejos siendo un crío, incluso por las cuevas de la rambla de Amatisteros en las afueras de Almería en plan explorador. Me encantaba estar todo el día perdido tan lejos como fuese posible para llegar a casa antes del anochecer. 

Todo esto cambió con el fútbol del San Lucas y los amigos. Claro que fue una vez me robaron las bicicletas. Y no recuerdo haber tenido nunca una actitud agresiva con los compañeros del club San Lucas, aunque sí llegué a participar en guerrillas tirando piedras a otros niños de las calles colindantes junto a mis vecinos. Nunca me dieron una pedrada pero yo a ellos sí, y en toda la cocorota.


El Barrio Alto de Almería



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