Era un individuo de apenas 160 de estatura, enjuto, de barba cerrada, que apareció un día por la city montado en su Burry, una yegua pinta robada a los comanches, que se había convertido en su fiel sombra para escapar de más de un follón.
Vestía un sombrero tejano mostrando con orgullo en su chaleco una oxidada estrella de sheriff que se había encontrado en el río Andarax.
Se movía por el salón Barrio Alto desenfadado, juntándose con tahúres, ladrones y pistoleros.
Y ya por entonces llegaban las malas noticias.
Terence Hill, Bud Spencer y Giuliano Gemma eran la Banda de los Italianos, expertos asesinos asaltadores de bancos, transportes militares y diligencias.
El Habichuela como lo llamaban en la city, no tenía nada que ver con la banda.
Llegó a la ciudad hacía unos meses, justo después de que llegara un pistolero ruso mongol llamado Yul Brinner, que se había convertido en el gran tahúr entre los tahúres, que en pocas semanas desplumó a media ciudad.
Muchos gestionaban sus deudas con sustanciosas cantidades y el Habichuela se pegaba como una lapa a quienes le reportaban cuantiosos beneficios.
Se pegó a los herradores del establo burlándose como una rata asquerosa de la falta de profesionalidad de quienes se afanaban en limpiar, sanear y calibrar las irregularidades de las pezuñas colocando herraduras a los caballos.
A lo tonto a lo tonto consiguió que el tonto de turno perdiera los estribos y se jugara su puesto de trabajo.
Retándolo en una apuesta a ver quién hacía mejor trabajo con los caballos, el Habichuela destrozó al otro individuo quedándose con su puesto de trabajo.
Al Habichuela le vino muy bien aquel trabajo. El dueño del establo ni le ponía horario.
Trabajaba cuando tenía ganas. Llegaba, se ponía en la faena y al par de horas todos los caballos estaban bien herrados.
Dejaba a los puercos paletos que lo observaban asombrados.
En el salón nunca le dirigió ni una mirada, ni una sola palabra, al ruso.
Cuando se cruzaban ambos, uno de ellos se quedaba parado para que pasara el otro.
La gente intuía que había algo raro había entre ellos pero no se sabía qué.
Una mañana las noticias decían que los Italianos cabalgaban cerca de la city Barrio Alto.
Los ciudadanos sabían que se acercaban problemas.
Muchos comenzaron a ocultar grandes cantidades de dinero en los bajos de sus hogares porque no se fiaban del banco.
Aún así la mayor parte de la riqueza peligraba en el Barrio Alto Bank a merced de los pistoleros italianos.
No pasaron ni veinticuatro horas que los tres miembros de los Italianos entraron por la calle central de la city y la gente se llevó las manos a la cabeza corriendo para encerrarse en sus casas.
Cabalgaron hasta las puertas del salón y entraron uno detrás del otro, metiendo miedo.
En la barra los atendió con premura el tabernero sudando chorros como un marrano.
Terence Hill señaló la partida de póker que se jugaba en la mesa del tahúr ruso.
Bebieron una gran jarra de cerveza y se acercaron a la mesa abriéndose sitio a la fuerza.
Sacaron sus fajos de billetes pidiendo cartas al ruso.
- No les voy a servir cartas hasta que no pregunten amablemente si les permito jugar - les dijo Yul Brinner.
Bud Spencer se revolvió para sacar su revolver pero Terence Hill y Giuliano Gemma lo detuvieron.
Si te lo cargas ahora no tendremos diversión - espetó Gemma y se rieron del ruso imitándolo con sarna.
- Zus pedimov amablementerinov jugarev al pokérenov - le dijo Spencer con guasa.
Yul ni se inmutó. Repartió cartas para callar a los pistoleros que le acosaban.
El Habichuela entró silencioso como un gato y se situó en una mesa cercana a la partida, a espaldas de los italianos.
Solo el ruso percibió su presencia.
Ningún feligrés se atrevió a moverse de su asiento para salir del local.
Tenían miedo de dar la espalda a aquellos pistoleros.
La primera manga de la partida se definía justo en ese momento.
Terence Hill creyó que había engañado al ruso. Levantó sus cartas a la vista de sus hermanos presumiendo de trinidad, disparando y creyéndose más rápido que el rayo.
Cayó al suelo convertido en un fiambre, con los ojos bizcos, sin saber por dónde le había llegado el tiro.
Bud Spencer y Giuliano Gemma no podían creer lo rígido que se había quedado el pobre Trinidad.
Y pensar que Henry Fonda llevaba meses en México siendo acosado por experimentados agentes especiales del gobierno.
Yul Brinner los invitó a sentarse para continuar la partida, mientras enfundaba el humeante cañón de su plateado Colt.
Repartió cartas tras pedir un corte y el miedo se dibujo en los rostros de los Italianos, obligados a jugarse los fajos de dólares que aún no habían perdido en el juego.
Yul Brinner volvió a ganar la partida. Se guardaba los fajos de billetes en los bolsillos interiores de su camisa cuando fue encañonado por Spencer.
Gemma restregaba los cañones de sus Colts por los ojos del ruso, su nariz y su boca.
El Habichuela entonces tomó parte del juego.
Los dos pistoleros lo oyeron a sus espaldas, que sabía un juego ruso muy divertido.
Bud Spencer y Giuliano Gemma se sorprendieron de estar oyendo una voz de ultratumba o un fantasma.
Los feligreses abrieron hueco y los italianos pudieron ver que se trataba de un hombrecito pequeño y barbudo, vestido con ropa elegante y rostro de pajarraco.
- Tenemos encañonado al puto ruso y nos sale un pajarraco bastardo diciendo que conoce un juego ruso muy divertido - dijo Gemma.
Y se rieron a carcajadas los dos italianos con muchas ganas de agujerear el melón de Yul Brinner.
El pequeño hombre sacó entonces un fajo bien gordo de billetes y lo puso sobre la mesa, alentando a todos a aceptar las apuestas.
En el salón corrieron a jugar las apuestas como quien llama al diablo.
Bud Spencer y Giuliano Gemma se emocionaron de ver tanto dinero en la mesa.
Miles de dólares lograron que los italianos se olvidaran de encañonar al ruso para meterse en la apuesta.
- ¡Vale!. ¡Aceptamos la apuesta! - dijeron.
Yul Brinner observaba sentado entre risas.
- ¿De qué trata la apuesta?" - preguntó Giuliano Gemma.
- El juego ruso consiste en disparar cuatro veces seguidas haciendo que las balas reboten en los rincones y paredes del salón para alcanzar el blanco - dijo el Habichuela.
Bud Spencer se reía a carcajadas de las ocurrencias del hombrecillo.
Lo consideró un verdadero imbécil. Y Giuliano Gemma lloraba a lágrima viva sin poder aguantar la risa.
- ¿Eso cómo va a ser?. ¿Eso cómo va a
ser? - Spencer se mofaba del Habichuela y Gemma jugaba a enfundar y desenfundar su revolver, restregándolo por la nariz del ruso.
- Señores - preguntó el Habichuela - si me permiten comienzo yo el juego ruso.
Bud Spencer depuró su jarra de cerveza y Giuliano Gemma asintió perplejo desde su silla.
- Pero antes dime cómo te llamas - preguntó Gemma.
- José, El Habichuela - contestó el pequeño barbudo.
El Habichuela disparó cuatro veces haciendo humear sus Colts color de lata.
Las balas fueron rebotando de pared en pared por las esquinas del salón mientras Bud Spencer hablaba.
- Ese nombre lo he oído muchas veces. A ver si me acuerdo" - decía Spencer.
- ¿Cuál es el blanco?. No nos has dicho cuál es el blanco - preguntó Giuliano Gemma.
Justo en el momento que la primera bala rebotó en la última pared y le perforó la sien.
La segunda bala también le perforó la sien.
- ¡Ya recuerdo! - dijo Bud Spencer.
Justo en el momento que le atravesó la tercera bala y no pudo terminar de explicarse porque la cuarta bala le destrozó la sien.
Yul Brinner aplaudió a su compañero de fatigas.
El Habichuela enfundó sus humeantes Colts.
Se oyó un clamor de sorpresa en todo el salón.
El Habichuela cogió su oxidada estrella de sheriff, la frotó contra su chaleco y volvió a colocarsela con orgullo.
Guardó su parte de la apuesta.
Silbó para que su Burry pasara a recogerlo en la puerta del salón.
Yul Brinner hizo lo mismo. Montaron y se fueron de Barrio Alto city.
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