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domingo, 4 de diciembre de 2022

De explorador con la caja de cartón de galletas Cuētara a través del Barrio Alto de Almería

Por la calle Martínez muchas veces durante años pasaron rebaños de cabras. Seguramente camino de las veredas y los campos que rodeaban el barrio de Regiones por el sur y por el este.

En esos campos trabajaban no pocos barrioalteros en jornadas intensivas desde el amanecer al anochecer. 

A mí, que me gustaba explorar, me encontré trabajando en un campo a mi vecino. No recuerdo cómo se llamaba pero era el marido de Paca la Remisinda.

Las cabras pues tomaban la calle Martínez viniendo supongo por la calle San José Obrero, desde la calle Las Cabras. No lo sé. Pero el cabrero era algo cojo, bajito y con una mano inválida.

El hombre tenía una mirada penetrante con unas cejas largas arqueadas. Iba cargando con algún tipo de fardo, un bastón que se colgaba de la muñeca y daba las buenas al vecindario con un saludo de cabeza cuando no tenía muchas ganas de hablar.

Pues resulta que mi madre me había comprado una caja de galletas Cuētara y decidí irme a algún lado todo el día, no sabía dónde. 

Mi madre hablaba con Remedios, la vecina de enfrente cuando yo le dije que me iba y que no vendría a la hora de comer.

Remedios y mi madre se echaron a reír y yo me puse furioso. "Bueno, anda, vete. Pero si puedes vienes a la hora de comer." Y se rieron antes de continuar hablando de sus cosas.

Yo ya había preparado la caja de galletas Cuētara. Le había hecho un agujero arriba y abajo en cada lado para llevarla como una mochila. Ni corto ni perezoso le dije adiós a dos mujeres de mi vida de niño.

Salí a la calle con mi caja de galletas y giré por las calles Pescador, Verbena, Patrón y Millares. 

Justo antes de la bifurcación con calle San José Obrero, me cortó mi andar un gigantesco rebaño de cabras que se amontonaban para entrar en algún lado a la izquierda y me impedían el paso.

Me senté en un escalón de la entrada de una casa o almacén y me comí unas cuantas galletas hasta que el cabrero dio paso al interior de las cuadras a todos aquellos animales despejando la calle. 

Creo que era el mismo cabrero que pasaba por donde yo vivía.

Entonces me eché la caja de galletas a la espalda y llegando a lo que era Circunvalación, por encima de la Bola Azul, tras salir de Santa Isabel, aquello era campo y naves industriales o algo así.

Pues por aquella zona ya andaba desesperado. Era la enésima vez que me paraba para hacer otros agujeros a la caja para poder llevarla en la espalda. 

El peso de las galletas y las cuerdas corroían la caja y tenía tantos agujeros que la mitad se había desecho en trozos y se habían quedado tiradas por el camino. 

Y lo peor, de tanto comer galletas tenía empacho y una sed galopante. Las galletas con la boca seca se me quedaban pegadas a los dientes y no podía tragar. Ni siquiera había cogido una botella de casera de La Casera o La Revoltosa. 

Sinceramente aguanté hasta ver la Colonia de los Ángeles que es donde más pegaba el Sol y la sed se me hizo insoportable.

Cuando me quité la caja de galletas Cuētara de la espalda para tirarla y salir pitando para casa, resulta que no había galletas, se habían ido cayendo por los boquetes de lo que quedaba de la caja mientras me peleaba contra la sed.

Con toda la boca encendida llena de trozos de galletas que no podía tragar pité como un tren raudo para casa por Carretera de Ronda.



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