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lunes, 18 de noviembre de 2024

Cuando llegaba la Navidad al Barrio Alto

Cuando llegaba la Navidad al Barrio Alto, siendo hijo único, me trajeron bicicleta con caballo, caballo de cartón, tren eléctrico, coche eléctrico, etcétera, juguetes con los que yo no sabía jugar.

Más tarde me trajeron juegos reunidos, rompecabezas con figuras geométricas de madera y hasta un cochecito a pedales que cogí muy poco porque en casa no había espacio y la plazoleta Hornero no era buen lugar para un niño de dos años.

La plazoleta llegó a estar repleta de piezas de escombros con hierros y mucho barro mugriento con olor a caca. 

El olor a caca procedía de las casas que iban echando abajo, y estuvo mucho tiempo esparciéndose por las calles cercanas, a pesar que los pozos ciegos los llenaban con lo que fuera para que los niños no cayeran dentro.

Cuando ya éramos tres hermanos, los reyes nos traían solo una cosa: un estuche de lápices y rotuladores para la escuela. Ya no hubo nunca más regalos caprichosos. Excepto cuando mi padre me llevaba por sorpresa a comprarme una bicicleta con la que yo solía perderme por todo Almería.

Recuerdo una vez que nos llevó a Simago, y sorpresa!. En la puerta unos niños habían aparcado unas bicicletas y ahí estaba mi bicicleta Iberia, que ya se había quedado pequeña para mí pero era útil para mis hermanos más pequeños.

Los cuatro pensamos si recuperarla. Los niños que me robaron la bicicleta seguramente nos observaban dentro de Simago. Solo teníamos que retener la bicicleta y llamar a un guardia. Pero ocurrió lo impensable. 

Mi padre quería dejarlo pasar. Esa era nuestra bicicleta Iberia, mi bicicleta Iberia, pero yo ya tenía otra bicicleta más grande, una Peugeot. Así que no retuvimos la bicicleta ni llamamos a un guardia porque nosotros nunca habíamos hecho eso.

Entramos a Simago y cuando salimos ya no estaban las tres bicicletas de niño echadas en el suelo en la puerta de Simago. A lo mejor no era Navidad pero como si lo fuese. Hasta ese momento, si llego a ver por Almería mi bicicleta yendo yo solo, la hubiera recuperado aunque fuese metiendo un leñazo.

Los mejores regalos de Navidad para los niños del Barrio Alto siempre fueron las equipaciones del equipo de fútbol preferido y las muñecas y cacharros de cocinitas para jugar a las casitas para las niñas. 

Me crie jugando a las casitas con mis vecinitas Reme y Mada cuando era hijo único. También venían a jugar a las casitas en mi casa Ángeles y Pepi. 

Lo mismo que cuando llegaba mayo y presentábamos una Maya. Los mejores regalos contenían muchas chuches, pasteles con crema y mucho merengue para tener la cara pegajosa con muchos churretes.

Ni qué decir de las bombitas y los petardos. Nunca me olvidé cómo me puso el culo mi madre por tener la mala ocurrencia de tirar una bombita en los pies de la prima Ángeles, con el efecto tan desastroso de agujerearle su par de resplandecientes calcetines.

Sinceramente me asusté muchísimo al ver que los calcetines de la Ángeles quedaron totalmente chamuscados. Fue horrible porque solo esperaba darle un susto, no prenderle fuego a una gran amiga de la infancia.

Una Navidad que ya jugaba en la plaza Mula, mi madre nos compró una equipación de fútbol porque jugaríamos con el San Lucas. Yo quería del Atleti pero dijeron que no había y me compró una equipación blanca como a mi hermano.

Lo que pasa que la equipación de mi hermano era del Madrid y la mía era del Valencia. Los escudos había que coserlos a mano. Don Lucas Verdegay preparaba una sesión de fotos en la plaza Mula y mi hermano se había ido para allá con el escudo del Madrid en su camiseta.

Mi madre empezó a coser el escudo a las tantas de la mañana cuando mi hermano se fue y terminó cuando todos los compañeros del San Lucas y mi hermano volvieron a casa. Había impedido que fuera a la plaza Mula y habían acabado la sesión.

La verdad que no me sentó nada bien y todavía me acuerdo de ello como si fuera ayer. Creo que aprendí a refunfuñar de los gatos lo mismo que mi temperamento.



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